Metalagro, Historia Empresarial al Servicio de los Colombianos I

Por Jesús Guillermo Rodríguez Enciso

Al encargárseme la tarea de hacer una reseña histórica de Metalagro Ltda., el único camino escogido para iniciarla fue el de hacer referencia a José Antonio Rodríguez, mi padre, quien constituyó la esencia de lo que es hoy la empresa.

Fue en la década de los 50, época de mi niñez, que apenas me deja recordar vagamente en lo que se ocupaba mi padre. Recuerdo entre otras vivencias, sus salidas al campo, porque cuando regresaba se presentaba con tremendo “avío” compuesto de gallina, yuca y plátano, todo ello envuelto en la tradicional hoja de plátano que le daba un sabor muy agradable al piquete. Supe luego, que los constantes desplazamientos a las veredas del municipio o a los pueblos circunvecinos, era la esencia de su trabajo por aquella época. Su labor como mecánico de motores y montajista de equipos de molienda de caña, lo mantenían casi siempre alejado de la casa. Todavía están en funcionamiento muchos de los equipos que él montó, en ocasiones con la ayuda de otros Nocaimeros como don Pedro García (Q.E.P.D), quien era experto en la construcción de hornillas para la cocción del jugo de la caña. El equipo consiste en un motor diesel estacionario y un molino para la extracción del jugo. Era adquirido en Bogotá, por mi padre o por don José Simón Ortiz, otro nocaimero dedicado a esta actividad. Como que fue don José Simón quien montó la primera planta eléctrica en el casco urbano, más exactamente en el lugar donde hoy funciona el Jardín Infantil y que suministraba energía eléctrica por algunas horas de la noche a una buena parte de las viviendas.

Mi padre, un muchacho inquieto con apenas unos tres o cuatro años de Educación Primaria, le manifestó un día a su madre Liberia, el deseo que tenía de aprender algo relacionado con la mecánica y así fue como mi abuela con mucho sacrificio y con el producto de su labor de costurera hizo posible que él se convirtiera en alumno del tan afamado Instituto Técnico Central de Bogotá, institución que desde comienzos de siglo formó a muchos profesionales de la industria, convirtiéndose en uno de los Centros Educativos más importantes de la capital. El Instituto regentado por los Hermanos Salesianos, contaba en ese entonces con un grupo selecto de profesores españoles, franceses e italianos quienes transmitían a sus alumnos la última tecnología de Europa. Allí aprendió las técnicas de la mecánica y sobre todo la habilidad de trabajar la madera para aplicarla a la modelería. Pero, los problemas de orden económico le impidieron continuar en el Instituto y tuvo que abandonar sus estudios dos años después. Su corto paso por este Centro Educativo le marcó lo que sería más tarde: Un gran modelista. Gracias a sus aptitudes supo aplicar esta técnica en la fabricación de los modelos de las distintas piezas que conforman un trapiche, de manera lenta, pero constante. Recuerdo los días en que sentado frente a la mesa de dibujo, fue trazando, corrigiendo y volviendo a dibujar una a una cada parte del molino, hasta convertir la madera en lo que le indicaban los planos. Recuerdo mucho también a un gran amigo de mi padre: Jesús Acuña, junto con él pasaron muchas horas en su carpintería labrando la madera y dándole forma a lo que sería su primer trapiche: El “Rodríguez-Nocaima” equivalente a lo que hoy se conoce como el molino R – 5.

Hacia los años sesenta, montó un pequeño taller en terrenos del municipio, contiguo al actual Jardín Infantil, justamente donde años atrás funcionó también un taller de propiedad del señor Gustavo Padilla, oriundo de La Vega y quien se vio obligado a salir de Nocaima por los sucesos políticos del 9 de Abril. Una vez establecido en su taller “artesanal”, se hizo necesario la adquisición de maquinaria y fue así como en un remate de los Ferrocarriles Nacionales, compró el primer torno y el primer taladro, que hoy son testigos mudos a la entrada de la empresa, de toda la lucha y el sacrificio que le implicó a mi padre montar una fábrica en un lugar apartado de la capital, centro de toda actividad industrial.

Primer torno comprado por la empresa

La ayuda incondicional de sus dos hijos mayores: José Antonio y Miguel Alfonso, quienes abandonaros sus estudios para estar a su lado fue un soporte importante porque juntos se dieron a la tarea de fabricar el primer trapiche, franqueando todo tipo dificultades de orden económico, técnico y laboral, trabajando en instalaciones inadecuadas, pero por sobre todos estos inconvenientes se impuso la decisión y la constancia de una persona que como mi padre, visualizó desde un comienzo lo que sería esta “empresa de familia”, que sin ser poderosa, representa un orgullo para la familia y para Nocaima.


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